1 de marzo de 2006

Aprovechando el cumpleaños número 3 del cánido y dado que me sentía mejor del malestar estomacal, decidí regalarle un grato paseo por la plaza de acá a la vuelta. Bolsitas en mano para eventual popona, me acerco a la puerta del living y exclamo: "Bueeeeenoo...me voy a la plaza" y PLUF, sale disparada como cohete al mueble, buscando lo que sabe que necesito: La correa.
Engancho, le doy la palmadita en la espalda a tono de "Por favor no te pongas loca cuando abra la puerta", abro...y el milagro ocurre. Tranquilidad absoluta, paz interior...lentitud.
Nunca jamás pude sacarla a pasear con eso de mi lado. Siempre es esperar un poco en la puerta, del lado de adentro, a que se le pase el raye; después tironear de la correa un toque para que no me arranque la mano mientras quiere salir, y después....tratar de no quedar tirada en la vereda y arrastrada literalmente por la bestia bruta esta que se apura a oler todo. Ya le traté de explicar que los olores no se van de su lugar tan rápido, mucho menos los árboles y los canteros...pero bueh, no entiende.
Caminando despacito, cuando llego a la esquina un chico me pregunta si ví a un Beagle petisito por ahí, porque se le perdió hace una hora por la plaza. "No, disculpáme, recién salgo...si la veo te aviso". Qué tristeza, perder un perro. Me ha pasado, a Atena una vuelta la perdimos por una semana. Puedo decir que hasta el día de hoy, fué la semana más triste de mi vida.
Mientras caminaba por la plaza sentía al chico llamar a su perrita silbándole, esperando que venga corriendo a responder su llamado. Lo ví parado en esquinas, mirando perdidamente a quién-sabe-dónde, tratanto de dilusidar la sombra de su amiga. Traté de ayudarlo, pero no ví por ningún lado al perrito.
Qué triste. Me volví después de recorrer un poco las calles del barrio sin noticia, y preguntándole a eventuales personas paseando por ahí. Con la bolsa en la mano, ya que a la que-te-jedi hoy se le dió por no fabricar ningúna solidez embolsable (Justo el día del cumple se le ocurre no comer?).
Llegamos a la puerta de calle, le solté la correa, y la abracé fuerte fuerte unos segunditos. Después le abrí la puerta, caballerosamente, y nos metimos en casa.


Te entiendo. Espero que la encuentres pronto a tu amiga.

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