22 de octubre de 2005

Ya

Soledad. Silencio. Viento que mueve las pesadas cortinas de la habitación. Olor a lluvia penetrante. Oscuridad. Madrugada. Quietud.
Todo lo necesario para sentarme y dejarme llevar está chequeado. Está presente. Es el momento. Son casi las 2 y media de la mañana, sigo esperando que llegue esa lluvia que prometía bajar un poco la temperatura, al lado de una botellita de agua que no me abandona y empezando a sentir un poco la necesidad de mi almohada, como toda noche, como muchos momentos. Últimamente siento mucho esa necesidad, de acostarme, de no levantarme por un buen rato. Extraño esos días en que me levanto y no tengo nada en qué pensar. Me refiero a planes, a que no tengo nada agendado, escrito en uno de esos calendarios que tengo tamaño familiar impresos que me ayudan a recordar qué tengo que hacer cada día, para no desorganizarme. Desorganización. Se extraña eso. Levantarse, esperar alguna llamadita, o directamente hacer lo que venga. Mirar tele, leer un buen libro, acostarme en la terraza con la pichicha, andar en bicicleta hasta perderme, visitar a alguien, pintar un dibujo.
Pero como siempre, claramente las leyes de murphy demuestran que al llegar ese momento de ocio total uno extraña la rutina. Claro, llega febrero y ya quiero que llegue por dios y la virgen marzo, que quiero hacer algo, que me aburro de no hacer nada.
Qué disconforme es el ser humano...en tantos aspectos. Cuando tiene algo que andaba necesitando o pidiendo de alguna forma, es como que ya no lo quiere. Cuando no tiene algo que necesita, llora porque siente ese vacío que le deja no tenerlo.
Ah, sí. La simpleza de hacer el visto malo en muchas de las cosas que vivimos.
Hace poco, hablando con la mamá de una amiga, me dijo que la gente se olvida a veces de que es mucho más simple ver las cosas buenas que tenemos. Mirar bien y darnos cuenta que quizá hay cosas que están mal o no son las que queríamos, pero que tenemos cosas que valen la pena. Y a veces mucho. La antigua frase "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde" es malditamente cierta.
Yo me vivo quejando, no me la cuento. No soy distinta, no soy mejor. Particularmente tengo una habilidad innata por ver lo malo en todo lo que pasa. En cada situación de la vida cotidiana, yo siempre encuentro algún inconveniente. Lo peor es que a veces, es demasiado pequeñajo el problema...y parece que yo tuviera un maximizador de cosas, que hace que era mierdita por así decirlo, se convierta en una cosa gigante que me aplasta y me obliga a dejar eso.
Me gustaría dejar de ser tan negativa. Tan derrotista, tan abandonada, tan fácil de dejarme llevar por esos pensamientos. Y empezar a mirar con el otro ojo, el ojo no tan crítico. Disfrutar un poco más. Sé que lo hago, tampoco es que vivo sumergida en un océano de depresiones. Pero esos momentos en que ese océano no existe, quisiera que duren más. Quiero que duren más.
Levantarme sonriente porque tengo otro día adelante. Dejarme de hinchar un poco las pelotas con tanta patraña diaria. Eso, dejarme de romper las pelotas.
Dejarme quizá está mal dicho, cotidianamente. Pero en este caso no. Porque a la primer persona que lastimo con todo esto, es a mí misma. Dejarme. A mí.
Divagar con palabras es excelente. Estas son las cosas que más me gusta escribir. Simplemente sentarme frente a la pantalla, empezar el texto de una manera, y seguirlo de cualquier otra. Así es como soy yo justamente. Aparento ser de una manera, sigo de otra...pero muy al final quizá termino como empecé. Rayada, que le dicen. ¡Pero al menos no mato a nadie! (Todavía estoy a tiempo, de todos modos. No, no tengo a nadie en mente en este preciso instante).
La botellita de agua se terminó. El viento está más fuerte y el olor a lluvia ya se hace inminente. Pero la llamada de la almohada me está conquistando. Y mañana al mediodía me esperan unas amigas...mediodía. ¿A quién se le ocurre inventar los encuentros al mediodía?.
Ahí va. Tiene una salida y se queja. Ah, maldita ser humana.
:D. ¡Ahí voy, almohada!. Andá apurruchándote por mí.

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