Hay algunas personas que, por cosas de la vida, excesos, rock n' roll, ponerse en pareja, y algunos muchos otros "etc's", pasan varios meses al año [
y en algunos casos, varios años] haciendo dieta por intentar vencer esa barrera adiposa que impide sonreír al probarse un pantalón.
Como conocedora de causa, ya que por la dupla "dejar de fumar + ponerse de novia" me manduqué unos cuántos kilos de más, me sentí en la obligación de realizar un pequeño análisis de la evolución del "ROSTRO DE DIETA", el que va mutando con el paso de las semanas.
El primer rostro que encontramos es el de
"GANADOR TOTAL". Este data de las primeras semanas. Uno finalmente se da cuenta que
no hacía falta vivir morfando pan, hidratos, dulces, y demás, y que se puede vivir y sentirse satisfecho con carnes + vegetales/ensaladas. Es el momento en que uno se siente más CAPO, más "me la re banco", también un poco "soy re groso, mirá como me cuido". Vas al nutricionista y la balanza te canta feliz esos kilos que vas bajando, seguramente rápido [
si tenés mucho sobrepeso], porque el cuerpo finalmente piensa "por fin dejaste de lastrar, gorrrrdo" y la grasa del principio desaparece más rápido. Vas a las reuniones sociales con un tupper donde llevás tu comida, y si te convidan dulce, inflás el pecho orgulloso y tirás un
"no, gracias, me estoy cuidando". También pedís coca light cuando vas a comer afuera, le ponés edulcorante al café, y si te pinta un hambrín, te comés una frutita o dos. Espectacular.
Llegamos al segundo rostro, el
"UNITO SOLO". Con el correr del tiempo, empezás a sentir esa fatiga de falta de comida de porquería, o de dulce, o algo rico, y te das
un gustito. Total, uno sólo... Después te podés dar dos gustitos, total, comprobaste en la última visita al nutricionista que la balanza seguía inclinada hacia tu favor, y seguías perdiendo peso. En tu cabeza ronda un
"Ah bueno, si me comí ese chocolatito y no pasó nada, entonces el finde que viene me tomo un heladito, si me sigo cuidando no hay peligro". Satanás comienza a tentarte con cosas ricas prohibidas, y vos, que sos un boludo bárbaro y te confiás, le seguís la corriente y de vez en cuando te lastrás algo bien rico. Empezás a cansarte del brócoli, de la ensalada, "todos los días lo mismo", "hace frío para comer lechuguita", "un pochoclito en el cine, dale, no hace nada". Danger.
Y acá es cuando llega el mes jodido, y la cara de
"YA FUE". Te confiaste demasiado, te dieron el codo y vos te agarraste del brazo, y
te morfaste todo. Con excusas como fiestas, reuniones, reencuentros con amigos que hace mucho no veías, recetas increíbles que encontraste en internet, el cumpleaños de tu cobayo, etc, te atracaste al menos dos o tres veces por semana. La emoción dulce/salada de lo adictivo hace que tu cerebro produzca tantas enzimas de felicidad que te olvidás completamente de que sos un ser que
sigue a dieta, y no le hacés asco a nada. Ya te olvidaste el tupper en casa, las frutas se están pudriendo en la heladera, la ensalada se caga de risa en un estante, te olvidás de comprar yoghurt y no te importa. Vas a la nutricionista...y te agarra un patatús. Engordaste. Vos, vos que venías tomando juguito light y comiendo verduritas, y venías siempre en bajada. Aunque sea poco, aunque haya sido menos de medio kilo [
400 gramos en mi caso en ese mes del terror],
ENGORDASTE. ¡Precaución!
Y llega el rostro triste, el
"JODETE". Volvés a la dieta, pero te dan
la fuertecita, esa que te saca hasta la tostada de la mañana. Obviamente como venías comiendo sano desde un principio, no te cuesta nada retomar lo sano, pero, ¿qué pasa? Acá es cuando el destino te tiende una trampa mortal, y el
Señor Murphy, burlándose de tu corazón roto, te pone mil y un pruebas en el camino. Vas a putear como nunca, porque allá donde vayas va a haber algo que te tiente. Te juntás con unos amigos: compran galletitas de chocolate. Te juntás con otros: piden pizza y comen papitas. Vas a lo de tu suegra: prepara las pastas más ricas del universo. ¿Y vos? Con el tuppercito del orto y este pomelo de mierda laremadrequeteparió, sufriendo por ser un morfón que no se controló y ahora tiene que ponerse las pilas. Mal humor, quejas, bronca, ganas de tirarle el pomelo en el medio de la cara al forro que te invita a su casa y compra chocolates, y de hacerle un enema de apio al que inventó esos hidratos de carbono que tanto te gustan. Atenti a la mala onda y a la cara de culo perenne.
Pero gracias a esos sacrificios, a cambiar el azúcar por el edulcorante, a dejar las cosas que te gustaban, y a volver a romperte el lomo: vas a volver al nutricionista, y vas a comprobar feliz que tus últimos esfuerzos no fueron en vano. Y la ronda...vuelve a empezar.
Es así, es la vida del que le gusta comer, pero también le gusta que año a año la ropa le siga entrando. Y para algunas personas, la unión de ambas cosas es un poco complicada. Sobre todo cuando no es que la ropa no te está entrando, sino que ese jean que tanto te gustaba, se te queda en la mitad del muslo y no quiere subir más.
¡Un aplauso al que se banca la dieta y el jean ahora le queda grande! Pero por las dudas, brindemos con un juguito.